Hoy en día, todos los jugadores de PC tenemos, por lo menos, una cuenta en algún servicio de distribución digital: Steam, Origin, Uplay, Battle.net. Por supuesto, todas ellos implican la aceptación de unas condiciones de uso, pero no nos engañemos: nadie las lee. Damos al botón de aceptar sin ser conscientes de lo que estamos firmando. ¿Qué ocurriría si mañana estos portales cerrasen? ¿Podríamos reclamar nuestro derecho a seguir jugando a los títulos de nuestra biblioteca?
Distribución digital, análisis y opinión
La idea de escribir este artículo me la dio un lector de esta web, que en un comentario a una noticia mía me interrogó sobre algunos aspectos legales del formato digital. Vaya por delante que no soy abogado ni pretendo pasar por tal. Las líneas que siguen son, como corresponde a mi preparación académica, un análisis más filosófico que jurídico. Tomando la parte por el todo, he leído con detenimiento las condiciones de uso de Steam, por ser la plataforma líder de distribución digital de videojuegos, y un escalofrío me ha recorrido la espalda. Básicamente, si Gabe Newell decidiera echar el cierre mañana, los «suscriptores» de Steam, que así es como nos llamamos los usuarios en la jerga jurídica de sus condiciones de uso, no tendríamos derecho a nada.
Como es natural, esta conclusión, que es verdadera, no aparece explicitada en dichas condiciones. Imaginémonos que el contrato de usuario comenzara con este encabezado en mayúsculas: Usted puede perder todo lo que compre en Steam y sin derecho a reclamar. Muchos no lo firmarían. La misma cosa puede decirse de muchas maneras distintas, y cuando conviene que alguien firme algo sin saber lo que firma, para eso están los abogados. Que se lo digan a los estafados por las preferentes. Obviamente, habrá abogados que renieguen de esta afirmación, y que aseverarán, haciendo gala de su jerga, que hay contratos por naturaleza complejos que son imposibles de simplificar. No les demos crédito: mienten. Einstein, que era bastante listo, tenía una frase genial: si usted no es capaz de hacer que su abuela entienda su teoría, entonces su teoría no vale nada.
El contrato de usuario es difícil de entender a propósito. Quizás los de una cierta edad recuerden cómo eran los prospectos de los medicamentos hace años: eran dificilísimos de entender en algunos casos. Eso fue así hasta que un Gobierno, no recuerdo cuál, dictó orden de que los prospectos debían ser inteligibles para el ciudadano medio. Tiene sentido: conviene que la gente pueda informarse sobre el medicamento que va a tomar. Sirva este ejemplo como muestra de que Einstein tenía razón, y que cualquier cosa puede decirse en un lenguaje asequible para la mayoría.
Por tanto, lo primero que observamos en las condiciones de uso de los portales de distribución digital de videojuegos es su mala fe: de entrada, no quieren que sepamos lo que estamos firmando. En cambio, para comprarles algo el mecanismo es bien sencillo. No tiene pérdida, y hasta un niño podría hacerlo. Hay, sin duda, una asimetría aberrante entre cómo nos tratan en un caso y en el otro. Cuando alguien empieza por intentar liarte con su verborrea, mal indicio es.
Veamos las condiciones de uso. En el caso de Steam, que como decimos lo tomamos como modelo por ser el portal de distribución digital más exitoso del mundo, el abuso comienza en el apartado 2 del Acuerdo de Suscriptor. Allí dice: «Por el presente acuerdo, Valve concede, y usted acepta, una licencia limitada, rescindible y no exclusiva y el derecho de utilizar el software para su uso personal sin fines comerciales». Una licencia limitada, rescindible y no exclusiva. ¿Qué significa que es rescindible? Pues que tú hoy pagas, y mañana Valve puede rescindir la licencia, es decir, tu derecho a usar aquello por lo que has pagado. Tú, en el fondo, no posees nada. La siguiente sentencia lo deja claro: «El Software se otorga mediante una licencia y no es objeto de venta».
Es como si te sacaras un abono de temporada para ver al Atlético de Madrid, pero en plan medieval, con condiciones abusivas. Obviamente, ese abono no te da derecho de propiedad sobre el club, ya que el Atlético de Madrid no es un club al uso como lo eran antiguamente todos y sólo siguen siéndolo el Real Madrid y unos pocos más, sino que es una sociedad anónima deportiva. Esto quiere decir que no tienes derecho a llevarte a Diego Costa a tu casa para que te pinte el techo del cuarto de baño. De igual manera, no tienes derecho a hacer lo que te dé la gana con los juegos de tu biblioteca de Steam. Sin embargo, el abono de temporada sí que te da derecho a ver todos los partidos que el equipo juegue en casa. Pues bien, el contrato de Steam establece que, de repente, se te puede cancelar el abono sin ninguna causa justificada, y tú dejas de tener derecho de disfrutar de aquello por lo que has pagado.
Acerca del asunto de la propiedad hay una salvedad importante, y es que Steam puede decidir dejarte que vendas o intercambies «suscripciones», que es como se denominan los productos virtuales en el contrato. Por ejemplo, puedes intercambiar o vender cromos, u objetos en algunos juegos, tal y como figura en el punto 3.D. De aquí se desprende que, en realidad, no hay ningún impedimento jurídico para que pudiéramos vender nuestros juegos en formato digital a terceros. Si es legalmente posible vender un objeto de un juego, ¿por qué no voy a poder vender el juego entero? La única diferencia entre ambas ventas es la extensión del código, una diferencia cuantitativa, medible en bytes, que por tanto no conlleva de manera inherente una discriminación cualitativa. En ningún caso tenemos derechos de propiedad, como acabamos de ver, pero sí que tenemos una licencia, y si el derecho de licencia es transmisible en uno, debería serlo en el otro.
El mejor punto de todo el Acuerdo de Suscriptor a Steam es, sin duda, el 7, dedicado a las renuncias. Gabe Newell no te hace renunciar a tu vida porque no puede. Es un punto tan abusivo, que comienza haciendo notar que si vives en un país en el que esos abusos no son legales, entonces renuncian a aplicártelos. Pero de entrada, la intención de Steam es abusar, y si la ley no se lo impide, va a hacerlo. Ojo al apartado C, titulado en mayúsculas SIN GARANTÍAS: «Ni Valve ni sus asociadas garantizan la continuidad, la ausencia de errores, la ausencia de virus ni la seguridad del funcionamiento y el acceso a Steam, el software, la cuenta del usuario y sus suscripciones o cualquier información disponible y relacionada con ellos». O sea, que, siguiendo con el ejemplo del abono del equipo de fútbol, no se te garantiza que este año se vaya a jugar ningún partido. O a lo mejor sí, pero no te dejan entrar al estadio porque ya hay alguien sentado en tu butaca. Vaya usted a saber.
Para rematar la faena está el punto 8, que te obliga además a defender, indemnizar y salvaguardar a Valve y a sus afiliados en el caso de que tú o alguien que utilice tu cuenta incumpla el acuerdo. El acuerdo, además, es modificable en cualquier momento unilateralmente por parte de Valve, como indica el punto 9, y si no te gusta el nuevo contrato, tus únicas opciones son, literalmente, dejar de usar tu cuenta o las suscripciones afectadas, es decir, los juegos u objetos virtuales.
¿Cuál es la conclusión? Que estamos comprando humo. La distribución digital es la gran estafa de nuestro tiempo. Estamos pagando por licencias de uso rescindibles en cualquier momento. Gabe Newell lo sabe, y por eso duerme tranquilo, en la cima de su estafa piramidal. Sí, porque Steam es una estafa piramidal: los gastos de mantenimiento de los juegos anteriores se cubren con los ingresos por ventas de los nuevos.
Si Steam dejase de vender, o su ritmo de ventas cayese en picado, la empresa se encontraría entonces con un balance insostenible de gastos de mantenimiento ocasionados por las licencias de uso y sin ingresos por ventas de nuevas licencias. No es un escenario descabellado. El juego en la nube está muy cerca, y puede suceder que algunos portales de distribución digital, incluido Steam, no sean capaces de adaptarse a ese cambio y, en consecuencia, quiebren.
¿Cómo se concilia esta artículo con la admiración que yo, a título personal, he profesado siempre a Gabe Newell? Pues difícilmente. Si pienso en el presente, Newell me da un servicio extraordinario a precios muy competitivos, como nunca antes nadie lo había hecho. En ese sentido, es un revolucionario y un bienhechor. Pero si pienso en el futuro, puede que Newell se convierta en uno de los personajes más odiados de la industria del videojuego. Todo depende del dinero que siga entrando en Steam. Sí, justo como en las estafas piramidales: la viabilidad se fundamenta en que sigan entrando en la estructura nuevos «suscriptores», o bien que los sucriptores que ya han sido captados se suscriban a nuevas licencias de uso continuamente. Es perverso: nos obligan a seguir alimentando al monstruo sin cesar, porque, de lo contrario, caerá y nos aplastará.
Lo más indignante de todo este asunto es que los jugadores de PC hemos sido encarcelados por decreto en el sistema de distribución digital. Aunque compremos los juegos en formato físico, ya la inmensa mayoría requiere que los activemos en algún portal de éstos, principalmente Steam. Si Steam suspendiera el servicio, tendríamos montones de juegos en formato físico que serían completamente imposibles de utilizar. Colecciones de posavasos de 50 euros. Sólo las webs dedicadas a la distribución de parches piratas podrían salvarnos de perder nuestro dinero, proporcionándonos un medio para utilizar el software por el que hemos pagado.
Que no se entienda como una apología de la piratería esto último, sino como una observación que debería hacernos reflexionar sobre lo indefensos que estamos los consumidores de productos digitales. Podría suceder que los destructores de la industria hoy se convirtieran mañana en los garantes de nuestro derecho a usar los juegos por los que hemos pagado. Que nadie lo descarte. La Historia da muchas vueltas y en ocasiones es paradójica. La contradicción, decía Hegel, es el motor de la Historia. Él lo decía con otras palabras más difíciles de entender, pero cualquier discurso puede explicarse siempre de manera sencilla.